Se nace esclava,
prisionera en un cuerpo de mujer,
condenada a repetir mil veces:
“que sea tu voluntad y no la
mía”.
Y, sin embargo, soy
-fui,
seré-
la silueta recortada con mis
ansias,
propietaria de una piel de
arcilla:
moldeable,
caprichosa,
quebradiza,
irreverente por abrir la boca.
Y aunque vi mi sendero de
batallas
-entonces,
con
la vida atascada en la garganta-
me decidí a ser
-¿qué
ser?-
y vine al mundo en escombros de
palabras.
Hablé de mí,
de la sombra en el espejo,
de esa loca solterona,
de la trenza deshecha en el andar
y la espera tejida en el umbral.
Hablé de la renuncia
-a
ser,
a
estar,
a
envejecer-,
de la condena
-de
ser,
de
estar,
de
envejecer-
y aunque tuve coraza de amazona
por dentro yo era incertidumbre.
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