18 de noviembre de 2019

298. La reina


Hay ciertas cosas de esta época que me hacen reflexionar sobre cómo la sociedad (también es relativo, pienso en el gran capital detrás) impone ciertos estereotipos a las nuevas generaciones y va construyendo sus propios mercados de consumo con base en esos estereotipos inculcados.

         Pienso, por ejemplo, en las infancias de Occidente que durante el último siglo han crecido aprendiendo estos estereotipos a través de los cuentos de hadas y las historias recreadas por Disney, con princesas indefensas que requieren el rescate de algún varón, como ocurre en las historias de caballería del medievo.
         Sin embargo, en todo este entramado se mitifica también una figura superior: la reina, una entidad por lo regular malévola, cruel y despiadada, que representa muchos de los pecados capitales de la tradición judeocristiana, a pesar de que en la historia de la humanidad ha habido grandes ejemplos de reinas que han ostentado el poder y tienen la facultad de cederlo, no el varón.
         Pensemos en un juego de ajedrez. Aunque el rey es la pieza que determina el final de un juego, es la reina quien tiene la mayoría de los movimientos, la pieza fuerte en el tablero que siempre representa una amenaza para el otro jugador, porque una reina con estrategia puede destruir un imperio.
         Recordemos el ejemplo de la monarquía británica, donde el poder se transmitía a través de la mujer y así ha sido hasta la fecha, con Isabel II, y siglos atrás las figuras polémicas de Isabel I y María Estuardo, reina de Escocia, con sistemas de poder monárquicos que distan de los existentes en otros países, como España, donde los reyes Felipe y Letizia, aunque figuras ornamentales que viven del Estado, se perpetúan en un reinado transmitido a través del varón (tradición católica).
         No obstante, independientemente del modelo y sistema de poder en el que se inserte un reinado, son las reinas quienes parecen imponerse con todo un espectro en torno a su figura que les otorga mayor peso, una figura muy diferente de los retratos que nos ofrecen los cuentos infantiles del folclore alemán o de las historias recreadas por Disney.
         Una reina, en todo caso, me parece una figura solitaria que se impone frente a un mundo de hombres y todas las generaciones de reinas han trabajado arduamente en introducir una nueva forma de poder concebida desde lo femenino. Ese es otro feminismo del que no se habla, pero en torno al cual sí se generan cada vez más prejuicios.

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