Con frecuencia el ser humano es
terco y su obstinación se impone sobre el razonamiento y la disciplina. La
naturaleza es más sabia. No necesita leer etiquetas y símbolos que señalan
alguna advertencia, les basta con un código de colores y formas básicas para
entender que algo es peligroso.
Ni
siquiera la señal de una calavera y un código de colores del amarillo al rojo
son suficientes para que el ser humano entienda que algo es peligroso o dañino.
Esa obstinación (gallardía, atrevimiento) parece superar lo que dicta la razón
sobre estas señales de advertencia.
¿Cuántas
muertes se habrían podido evitar de haber leído una etiqueta previamente? Pocos
son quienes leen hasta los instructivos, a pesar de saber cómo funciona cada
cosa, y cuando al fin sucede la tragedia nos lamentamos por no haber hecho caso
a las advertencias. “Muerto el niño, a tapar el pozo”.
Incluso
la naturaleza tiene sus propias señales de advertencia. Sabido es que los
colores rojo y negro son peligrosos y que los colores llamativos son una
advertencia para evitar la cercanía. Así lo demuestran varios reptiles cuyo
código de colores nos indican cuál es venenoso y cuál no, aunque creo que es
mal ejemplo si consideramos que a varios nos generan temor (o repulsión) todos
los tipos de reptiles.
En
las relaciones humanas también hay señales de advertencia que a menudo
preferimos omitir, especialmente cuando se trata de violencias, de relaciones
tóxicas. A veces es ya muy tarde cuando queremos atender a la advertencia
previa y sus señales. Así es como han “prosperado” (por decirlo de alguna
forma, aunque la palabra da la sensación de optimismo y no lo es en este caso)
los feminicidios y los homicidios, crímenes de odio que pudieron evitarse.
En
mi cotidianidad yo soy muy clara: lo digo verbal y no verbalmente. Soy un
peligro, no te acerques, me odiarás toda tu vida o me amarás sin ser
correspondido. Pero la terquedad es mayor y la gente prefiere ignorar mis
advertencias hasta muy tarde, cuando y no hay marcha atrás.
No
tengo un colorido que advierta de mi peligrosidad. Me basta mi personalidad, mi
propio nombre, Ofelia, una señal de advertencia anunciando que el drama acecha.
Sobre aviso no hay engaño.
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