Puede ser el alba o el ocaso y
únicamente lo distinguimos por su espectro de color, aunque los grados de luz
son los mismos. Se trata de un espectro de indeterminación que nos impide fijar
un “algo” en “algo” más.
Hace
tiempo hablé de alguien a quien conocí en el bar que frecuento (aunque conocer
es abusar del término cuando quisiera referirme más bien a una coincidencia de
espacio y tiempo por un vínculo de atracción sin llegar a cruzar palabra). Ese
alguien llamaba mi atención justamente por su espectro de indeterminación: ni
hombre ni mujer. Quimera.
Llamaba
la atención de hombres y mujeres por igual. Silente, como le recuerdo. Nunca
conocí el tono de su voz. Llegaba a confundir con su apariencia. Su mirada
triste, sus ojos color de nube, su cabello maltratado como el mío, pero
atractivo, como un imán, atrayente, seductor, como si llamara a ser tocado.
Se
sentaba en la esquina contraria, bajo la escasa luz que proyectaba una lámpara
empolvada. Una luz ambarina que al menos dejaba ver que cada vez que asistía al
bar sacaba una pequeña libreta y comenzaba a escribir, audífonos blancos,
enormes, para escuchar quién sabe qué mientras respiraba de cuando en cuando al
contemplar su escritura y luego levantar la vista para ver su entorno y luego
volver a posar sus ojos en la escritura.
Una
sola vez le vi llorar. Silente, como siempre. Llevaba horas bebiendo alcohol.
Quizá a esas horas la embriaguez ya estaba en su apogeo y las letras fluían
como la tristeza sobre su rostro. Pero su imagen, el conjunto de su espectro,
era una indeterminación que confundía y esa confusión le hacía más llamativo.
Supe
que murió, que a su paso dejó muchas páginas escritas, sin orden preciso, pero
profundas en cada una, de esas composiciones que te desgarran, que te
estremecen, que te llegan a golpear con toda su fuerza como si se tratara de la
realidad que se planta frente a los ojos.
Al
saberlo, me atreví a mirar sobre la mesa en la que solía estar. Entre los
diferentes garabatos plasmados con sabe cuántos objetos, reconocí sus puño y
letra por su densidad de pensamiento. Había escrito: “la vida es un silencio
que se prolonga y solo el nombre sobrevive”.
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