Aquí dentro pesa tanto.
Veinticinco gramos y un cuerpo
reducido,
minúsculo,
inerme.
Umbral que abre los ojos.
De lana el techo, más frío que el
destino,
como una bóveda, la luz
aprisionada,
y el tiempo que oprime los
segundos
consigo arrastra eslabones de
añoranza.
Sola.
Sí.
Ni un alma que escuche mis
palabras.
Aquí dentro hay tanto eco.
Absorta, espero el delirio de la
muerte,
lluvia lenta que inunde mis
cavernas,
venas muertas donde antes hubo
aliento.
Entonces, la vida en un instante,
mil
años en la boca del segundo,
sus alas abre cual negra mariposa
y bebe del néctar de mis canas,
lenta,
eterna,
la
fuga prolongada.
Luego nada.
El vago sentimiento de ser Nada.
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