¿Alguna vez han visto un monitor
de cardiograma? La primera vez que vi uno me pareció una maravilla, no solo
porque mostraba en una pantalla el ritmo de los latidos, sino porque sus líneas
reflejaban el ritmo de la vida: arriba y abajo, nunca en línea recta hasta que
sucede lo que ha de suceder.
Hay
muchas analogías en torno a la vida, desde una rueda de la fortuna que muestra
los momentos cumbre y aquellos donde estamos en lo más bajo; un carrusel con
una simbología similar, aunque tiene un movimiento de rotación sobre un mismo
eje mientras la vida va de arriba a abajo y viceversa; y también un subibaja
que nos muestra también las relaciones o vínculos con los demás.
El
primer subibaja que conocí fue cuando apenas contaba con seis años de edad.
Unos adolescentes habían colocado una viga apoyada al centro en una reja de
metal y ajustaron el equilibrio de sus cuerpos para jugar: mientras uno subía,
el otro bajaba y así en varios ciclos, impulsados por la fuerza y el peso de
cada uno, hasta que buscaron el equilibrio para mantenerse ambos al mismo nivel.
A
lo largo de mi vida he visto otros subibajas de diferentes materiales, en
diferentes circunstancias, pero siempre me viene a la mente esa reflexión. El
impulso de uno implica el hundimiento del otro y al cabo del tiempo ese mismo
impulso nos arrastra hacia abajo cuando el otro busca ese nuevo impulso para
subir.
Tal
vez en algún momento se llegue a un equilibrio, pero requiere del esfuerzo de
ambos lados y solo al final de la vida, quien permanece debe sostener el propio
peso del subibaja, que es mayor ante la ausencia del otro, con todo aquello que
implica, incluyendo la soledad y la falta de atractivo en torno a la vida que
resta.
Si
la humanidad es social por naturaleza, el subibaja es la analogía que más se
adapta a este tipo de relaciones, mientras que otras analogías como la rueda de
la fortuna, el monitor de un cardiograma o un carrusel, se adaptan más a la
circunstancia personal en torno a la vida.
Yo
he vivido más en un columpio, a veces con el impulso de alguien más, pero la
mayor parte del tiempo en soledad, tratando de impulsarme a mí misma, pero
siempre volviendo pasos atrás porque esta circunstancia me arrastra y no podré
escapar hasta que suceda lo que ha de suceder.
La
vida cruje, rechina como ese columpio al que hace falta aceitar. Pero en el
momento final, mi propio nombre se volverá silencio, como el silencio que emita
ese columpio.
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