Es como la hermana no querida de
las Humanidades y la hija negada por el resto de las ciencias. Sin embargo, la
antropología nos ha permitido descubrir más de la humanidad que todas las
ciencias juntas, justamente, por utilizar en la práctica de los conocimientos
de todas las ciencias.
No
es un conocimiento exacto y preciso, como esperaría la ciencia “objetiva”.
Muchos de sus descubrimientos también se basan en la interpretación, con
elementos “subjetivos” que encajan en dichas interpretaciones, a sabiendas de
que el pasado no puede hablar por sí mismo, sino que requiere de un
interlocutor.
Un
vestigio se prestaría a todo un cúmulo de interpretaciones para la
antropología, considerando la base de su conocimiento, su intuición y su bagaje
cultural. Desconocer una parte implicaría tener una interpretación errónea en
todos los casos en torno a dicho descubrimiento.
Pero
más allá de todo esto, ante mis ojos surgen más dudas que respuestas y muchas
me llevan a pensar en un conocimiento “válido” mientras provenga de un varón.
¿Por qué? Pensemos en el descubrimiento de los vestigios más importantes de la
cultura prehispánica para el caso de Mesoamérica.
Fue
una mujer la responsable de tal descubrimiento y, sin embargo, tuvieron que
pasar varias décadas para dar validez a tal descubrimiento. Lo mismo ha
ocurrido en otros casos que involucran a la mujer en su participación en la
antropología.
Claro
está que hay niveles y no podemos comparar a aquella estudiante que pensaba
realizar una tesis sobre lo que denominó “moda prehispánica” con aquellas
antropólogas de profesión (incluyendo a Ágatha Christie) que incursionaron en
esta ciencia y aportaron elementos importantes para entender el pasado remoto
de la humanidad.
Mujeres
como Eulalia Guzmán Barrón han abierto camino para que las mujeres incursionen
en áreas del conocimiento aún reservadas para el varón. Sin su aportación para
la ciencia, el mundo, este mundo en el que vivimos, sería más ignorante de lo
que ya es.
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