Si no enumeramos las cosas que
nos proponemos hacer, parece como si no existieran o si corrieran el riesgo de
ser olvidadas por nuestra corta memoria. Es el pan de cada día y no miento al
afirmar que esta práctica se ha vuelto generalizada, pues incluso se realiza de
forma inconsciente.
Vayamos
a la cotidianidad. En el transcurso de la mañana, incluso antes de salir de
casa, uno piensa en las cosas que hará durante el día: qué prepararemos de
desayuno, a qué hora debemos estar listos para salir de casa, hacer el cálculo
de la hora en la que tomaremos el autobús hacia nuestros destinos, los trámites
y pendientes laborales que debemos resolver durante la jornada (incluyendo una
lista específica en orden de prioridad), qué prepararemos de comer, qué
pendientes dejaremos en el trabajo para la jornada del día siguiente y así
hasta llegar la noche, e incluso durante la noche, si el insomnio cobra
factura, nos dedicamos a pensar en los problemas que no pudimos resolver.
Hay
listas específicas como las que hacemos cuando acudimos a comprar insumos:
frutas y verduras (siempre pensando previamente qué prepararemos de comer
durante esa semana), lácteos, panes, carnes, cereales, granos, enlatados, productos
de limpieza, desechables, artículos “capricho” (porque nunca falta esa pequeña
satisfacción propia), artículos de aseo personal y una larga lista, tan extensa
como lo permita el bolsillo.
Igual
ocurre cuando recibimos nuestro salario. Pensamos el monto total y lo
distribuimos según los gastos considerados y los que arrastramos previamente:
compromisos como el pago de la renta, agua, luz, gas, telefonía, internet,
cable, celular, la cuota del velador, el abono de los zapatos, el pago de los
productos de catálogo que recién nos fueron entregados, el monto
correspondiente a los traslados y pago de transporte, alimentación, etcétera, y
cuando surge un imprevisto casi nunca cuidamos de guardar otro monto para esos
casos.
Más
listas existen, como la agenda telefónica, las canciones escuchadas y por
escuchar, los libros leídos y pendientes de adquirir, el árbol genealógico y
los miembros que se fueron y los recién llegados, las listas de amigos y
conocidos, entre otras más.
Al
momento de morir, frente a nuestros ojos repasamos esa larga lista de recuerdos
y memorias de todo tipo (imposible determinar la temporalidad y la duración de
ese instante) y la otra larga lista de pendientes que dejamos en vida porque lo
que ha de suceder sucedió antes de lo que pensábamos. Pero incluso al morir
formamos parte de otro listado y nos sumamos a las estadísticas sobre
defunciones ocurridas en determinado lapso. ¿Cuál lista será nuestra prioridad?
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