30 de noviembre de 2019

321. La sal


La mujer de sal fue inmortalizada por atreverse a dudar, no es un melodrama barato de esa tradición judeocristiana que hizo menos a una mujer que solo decidió voltear atrás para contemplar lo que dejaba solamente por seguir a alguien más y confiar ciegamente.

         En “Como agua para chocolate”, Tita vino al mundo en medio de una marea de sal que fue utilizada con los años para sazonar la tragedia familiar, como si su destino ya hubiera sido escrito por el drama desde el momento en que fue traída al mundo únicamente a sufrir.
         Pero la sal acentúa los sabores que se gestan en la cocina y el punto exacto se determina cuando se llega a probar el alimento. Solo así sabemos si en la preparación se requería de más o menos sal. Menos implica un platillo “insípido”; más, un platillo “incomible”.
         Lo mismo pasa en la cotidianidad. La sal como un símbolo dramático de nuestra vida, otorga diversidad a nuestro día a día. Menos sal implicaría menos sazón y mayor monotonía. Más sal se podría traducir en mayor sazón y menor monotonía. Lo cierto es que, en el fondo, el drama (la sal) hace más interesante la vida.
         Por algo dicen (y es un dicho muy sabio) que los excesos siempre son malos. Demasiado dramatismo también puede volver insoportable nuestra vida y nuestra existencia; la falta de nos puede conducir al tedio. Encontrar el punto exacto dependerá de probar cada tanto esos momentos de vida y que permanecen en la memoria, como el sazón.
         Qué curioso que un pequeño grano de sal tenga ese poder de cambiar las cosas y que su ausencia también sea determinante (y en algunos casos, poco saludable). El punto medio podría ser el melodrama, tan explotado en las telenovelas y en las historias sentimentales que rayan en la cursilería.
         Lloremos, pues, lo suficiente para sazonar la vida, mientras haya vida.

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