La mujer de sal fue inmortalizada
por atreverse a dudar, no es un melodrama barato de esa tradición judeocristiana
que hizo menos a una mujer que solo decidió voltear atrás para contemplar lo
que dejaba solamente por seguir a alguien más y confiar ciegamente.
En
“Como agua para chocolate”, Tita vino al mundo en medio de una marea de sal que
fue utilizada con los años para sazonar la tragedia familiar, como si su
destino ya hubiera sido escrito por el drama desde el momento en que fue traída
al mundo únicamente a sufrir.
Pero
la sal acentúa los sabores que se gestan en la cocina y el punto exacto se
determina cuando se llega a probar el alimento. Solo así sabemos si en la
preparación se requería de más o menos sal. Menos implica un platillo
“insípido”; más, un platillo “incomible”.
Lo
mismo pasa en la cotidianidad. La sal como un símbolo dramático de nuestra
vida, otorga diversidad a nuestro día a día. Menos sal implicaría menos sazón y
mayor monotonía. Más sal se podría traducir en mayor sazón y menor monotonía.
Lo cierto es que, en el fondo, el drama (la sal) hace más interesante la vida.
Por
algo dicen (y es un dicho muy sabio) que los excesos siempre son malos.
Demasiado dramatismo también puede volver insoportable nuestra vida y nuestra
existencia; la falta de nos puede conducir al tedio. Encontrar el punto exacto
dependerá de probar cada tanto esos momentos de vida y que permanecen en la memoria,
como el sazón.
Qué
curioso que un pequeño grano de sal tenga ese poder de cambiar las cosas y que
su ausencia también sea determinante (y en algunos casos, poco saludable). El
punto medio podría ser el melodrama, tan explotado en las telenovelas y en las
historias sentimentales que rayan en la cursilería.
Lloremos,
pues, lo suficiente para sazonar la vida, mientras haya vida.
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