Azul profundo en la boca del
espejo,
azul de sal,
de
no saber ni el nombre,
azul de cielo en un mar de roca.
Azul la gota de mis ansias,
la
urdimbre tejida en la memoria,
la
sombra curtida en la ventana.
Azul el poema que me habita,
la
tinta en cada verso,
la
mancha fugaz del horizonte.
Azul la belleza que se agota,
la
pupila que marchita,
el
candente sabor de la cicuta.
Azul el paso en falso, a la
carrera,
azul la duda que remueve a
conciencia,
azul mi anatomía cuando ya esté
muerta.
Que nada queda es la certeza,
que nada vive
-sobrevive-
más allá del último latido.
Y así habla la voz de la
experiencia.
Los años de azul cianuro se
dibujan,
de azul tormenta la esperanza,
azul la noche plena
como la lluvia clavada en mi
silueta.
Azul esta aspereza de la cama,
azul hiriente el escombro de mi
cuerpo,
azul de sangre para morir con
clase.
Azul de noche atascado en la
garganta,
como
la vida,
mutilada
en la última palabra.
Pero al final de todo,
del
azulado matiz de la nostalgia,
mi propia luz se volverá
silencio.
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