Fue Penélope, la mítica, quien
inmortalizó la figura del telar más allá de su significado como objeto de la
cotidianidad: se convirtió en el símbolo de la vida que se teje, se entreteje y
se desteje aspirando a otro presente.
Hay
una canción de la canadiense Loreena McKennitt titulada “Penelope's Song” en
alusión a esta figura retratada en la Odisea, aunque le da un justo valor que
da cuenta de los deseos y aspiraciones de Penélope, real o ficticia, pero en el
fondo un ente que en su feminidad anhela, espera y experimenta un drama propio
que se manifiesta a través del telar.
Me
he puesto a pensar que desde sus inicios, tejer surgió como un acto meramente
femenino (podría haber sido una “imposición” social desde sus orígenes) y
aunque con el pasar de los siglos (¿milenios, acaso?) se ha extendido su
práctica también entre los hombres, conserva una especie de remanente sobre el
acto de dar vida y continuar con esa secuencia hasta la puntada final, donde
“el gran hilo” ha concluido con su labor.
En
el telar se transforman los sueños, deseos y aspiraciones para convertirlos en
una historia que puede trascender a nuestra memoria, modificarse o extinguirse
una vez que suceda lo que ha de suceder. Y aun si nos sobrevive el tejido como
representación de nuestra existencia, el telar vendría siendo una especie de fuerza
divina que teje, entreteje y desteje nuestra existencia, con un o una hacedora
que determina la puntada y el motivo sobre el bastidor.
Disculparán
que mi nostalgia se manifieste cuando hablo de este tema. A veces me da por
pensar que mi telar ha quedado inconcluso, sin definir el motivo, con el gran
hilo tirado sobre el piso porque mi hacedor o hacedora abandonó el telar y
decidió no continuar con mi propia historia, con un tejido artesanal que ahí
permanece, colorido o no, pero ya cubierto de polvo, olvidado en algún rincón,
ya casi sin esperanza de llegar a su conclusión.
Sé
que cuando suceda lo que ha de suceder, el motivo y la urdimbre ya no tendrán
importancia. El telar en el que se escribe mi historia tal vez me trascienda y
con el tiempo se extinga sin otros ojos para ver lo que se ha tejido. Sea,
pues, lo que el silencio y el tiempo determinen.
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