En un principio le llamaron “la
primavera” como un movimiento juvenil que luchaba por sus derechos y su propio
futuro. Hubo protestas por todas las calles, manifestaciones pacíficas y
violentas, nubes de humo y banderas de colores. Calles llenas de gente que
gritaba a una sola voz en contra de un sistema que les oprimía. Así fue la
bienvenida al siglo XXI.
Hoy
lo entendemos como rebelión, como revolución, como la sedición y el hartazgo o
rechazo ante un sistema opresor. Un movimiento colectivo que se unifica bajo
una misma idea basada en principios universales (al menos para el universo
conocido por Occidente).
Recientemente
la sedición ha alcanzado a países latinoamericanos por la libertad ciudadana de
Venezuela, Chile, Bolivia, Argentina y dudo que falte mucho para el despertar
de México y otros países americanos. A cada golpe, otro golpe. A cada injuria,
una llamarada de paz. A cada acto de violencia, una reacción violenta.
No
sé si se avecina “el fin de los tiempos”. Es una época diferente a las guerras
que hemos enfrentado como humanidad en el pasado. No se lucha por un
territorio, por una monarquía, por una independencia. Se lucha por un sistema
de derechos que se ven amenazados para dejar de existir.
Parte
contraria (complementaria), durante el siglo pasado hubo movimientos similares
ante la carencia de derechos debido a un sistema de prejuicios, y se luchó
hasta conseguirlos. Calles repletas de gente luchando por derechos igualitarios
para mujeres, gente de otras razas, credos, orientaciones sexuales, color de
piel, incluso por alguna discapacidad.
Estos
movimientos han sido cíclicos, se repiten al cabo del tiempo, han atravesado el
curso de la historia y su propia intensidad en la lucha han hecho historia, así
como han hecho historia los movimientos recientes en Venezuela, Chile y
Bolivia.
En
los tres casos, mujeres, adultas, indígenas, con cubrebocas, en una silueta que
emerge de entre el humo, el vandalismo, los destrozos de la lucha y los gases
lacrimógenos, mujeres en indumentaria tradicional sosteniendo una vara, una
rama, un palo, algo con lo qué poder golpear un enorme tanque militar, un casco
de las fuerzas armadas, algún daño que se pueda infligir a aquellos que sirven
al sistema de opresión.
Lo
he vivido. Lo sigo viviendo. Pero nunca he estado en el frente de lucha. Soy
espectador y mi papel no es intervenir. Me guardo la experiencia para las
reflexiones futuras.
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