Por muchos años el lector fue una
entidad pasiva que solo miraba lo que un libro tejía ante sus ojos. El
protagonista era la ficción reflejada en esa urdimbre de palabras que creaban
escenarios y personajes en un mundo con el cual podríamos tener empatía o
afinidad, aunque en el fondo reconocíamos que era ficción, sin eliminar esa
parte que nos aferraba a la posibilidad de la ficción que trascendía a la
realidad.
Fuimos
espectadores hasta que en el siglo XIX alguien cambió la fórmula y el lector
espectador pasó a formar parte de la historia de ficción, convirtiéndose, si no
en protagonista, al menos en personaje secundario. Los primeros destellos de
este cambio de paradigma, al menos en mi experiencia de lectura, llegaron con
“Madame Bovary” y llegarían a su punto culmen con “Si una noche de invierno un
viajero”.
Mi
vida es tan complicada y compleja que ya me es suficiente mi propia
circunstancia como para ingresar en ese mundo de ficción para problematizar aún
más mi vida. Tal vez por eso me inclino por autores tradicionales o llamados
clásicos, que nos han dejado numerosas reflexiones a través del “otro” de
ficción para mirarnos al espejo y hacer conciencia sobre ese “yo” en el que nos
miramos.
En
nuestra cotidianidad, uno mismo es protagonista de su historia, al menos en la
mayoría de las veces, cuando tenemos esa perspectiva del libro que escribimos.
Sin embargo, hay quien ha llegado a un grado de degradación tal que es el
“otro” quien escribe su historia y lo convierte en espectador más que en
protagonista, pues elimina cualquier grado de individualidad, de identidad,
incluso de existencia.
El
espectador cuenta, existe, mientras el autor y la propia historia (aunque sea
ficticia) deje lugar a ello. En este entramado virtual que son las redes
sociales, desde mi perspectiva, es otra especie de libro, historia ficticia en
el fondo, en el que tenemos millones de espectadores sobre nuestra historia,
lectores que desconocen nuestra circunstancia y sin embargo tienen una lectura
sobre nosotros y nuestra circunstancia.
Ellos
leen desde el anonimato que ofrecen las redes sociales. Hablan, comentan,
opinan, ofenden, degradan, mutilan nuestra propia historia desde un espacio
virtual donde se desarrolla nuestra ficción. ¿Es real lo que proyectamos en esa
virtualidad?
Que
los demás hablen. El silencio, el espacio en blanco, también es una ficción que
terminará cuando suceda lo que ha de suceder e incluso llegará a trascendernos
para hablar en su silencio de sí misma y de nosotros.
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