Hace varias semanas que tengo
muchas emociones y palabras atoradas en la garganta, en un nudo, sin poder
salir de mí. Me ahogan, me hostigan, me matan lentamente, me destruyen, me
transforman en algo que no se reconoce en el espejo.
La
vida está hecha de nudos. Este entramado, estas puntadas, son un nudo sobre
otro, vinculados, en una red que parece no tener fin hasta que suceda lo que ha
de suceder. Y cuando suceda, no habrá más madeja para ser anudada. Habré
formado una soga del patíbulo en el que yo y mi nombre habremos de morir.
Y
sin embargo en vida (a pesar de la renuncia a la vida y la existencia), en vida
¿cómo sobrevives a los nudos que se trenzan en la ruta hacia el final? Si pudiera
materializar en palabras qué es este nudo y por qué me afecta tanto, tal vez
(solo tal vez) podría respirar (suspirar) un poco y saber qué ocurre dentro,
aquí, donde la circunstancia ahorca.
Hace
varios meses hice una promesa y no he cumplido. Romper una promesa no parece
tan grave cuando el mundo entero, este mundo en el que vivo, parece darle poca
importancia a esos juramentos. Pero se trata de mí, de esto que ocurre dentro.
Escribir diario para no ahogarme con las palabras.
No
he podido cumplir. He vivido absorta en otras voces que me sobrepasan. Me he
sumido en el eco de todas esas voces que reclaman algo de mí y a todas he
tratado de dar respuesta porque quisiera retornar a mi silencio, ese que me dio
origen y al que anhelo regresar una vez que suceda lo que ha de suceder.
Y
cuando suceda, si es que ha de suceder, aquí, en esta mesa, dejaré grabado mi
nombre, el nadie ha conocido, para dejar constancia de que en este mundo habitó
una Ofelia cuyo corazón se derramó en las palabras que nunca pudo decir con su
propia boca.
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