14 de noviembre de 2019

281. El nudo


Hace varias semanas que tengo muchas emociones y palabras atoradas en la garganta, en un nudo, sin poder salir de mí. Me ahogan, me hostigan, me matan lentamente, me destruyen, me transforman en algo que no se reconoce en el espejo.

         La vida está hecha de nudos. Este entramado, estas puntadas, son un nudo sobre otro, vinculados, en una red que parece no tener fin hasta que suceda lo que ha de suceder. Y cuando suceda, no habrá más madeja para ser anudada. Habré formado una soga del patíbulo en el que yo y mi nombre habremos de morir.
         Y sin embargo en vida (a pesar de la renuncia a la vida y la existencia), en vida ¿cómo sobrevives a los nudos que se trenzan en la ruta hacia el final? Si pudiera materializar en palabras qué es este nudo y por qué me afecta tanto, tal vez (solo tal vez) podría respirar (suspirar) un poco y saber qué ocurre dentro, aquí, donde la circunstancia ahorca.
         Hace varios meses hice una promesa y no he cumplido. Romper una promesa no parece tan grave cuando el mundo entero, este mundo en el que vivo, parece darle poca importancia a esos juramentos. Pero se trata de mí, de esto que ocurre dentro. Escribir diario para no ahogarme con las palabras.
         No he podido cumplir. He vivido absorta en otras voces que me sobrepasan. Me he sumido en el eco de todas esas voces que reclaman algo de mí y a todas he tratado de dar respuesta porque quisiera retornar a mi silencio, ese que me dio origen y al que anhelo regresar una vez que suceda lo que ha de suceder.
         Y cuando suceda, si es que ha de suceder, aquí, en esta mesa, dejaré grabado mi nombre, el nadie ha conocido, para dejar constancia de que en este mundo habitó una Ofelia cuyo corazón se derramó en las palabras que nunca pudo decir con su propia boca.

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