Cuando suceda lo que ha de
suceder, cuando suceda, habrá una verdad que nadie ni nada podrán evitar: este
cuerpo que late y se extingue a cada instante se volverá silencio. Por mí
hablarán los huesos que me sobrevivan, incluso si esta vida mía estuviera
destinada a la cremación.
¿No
hemos sido testigos acaso de que son los huesos lo único que nos sobrevive?,
¿no se dedica a eso la arqueología, a desentrañar los misterios de los huesos?
Mis
propios restos dirán tal vez que tengo osteoporosis, que el abuso del café hizo
cada vez más porosos mi tejidos óseos y por eso casi eran imperceptibles en las
radiografías (de eso hace tanto ya). Pero hablarán de mí, de la locura que me
habita. Hablarán mis huesos que me tuvieron en pie durante casi una centuria
para ver los horrores de un mundo y un tiempo que no pedí.
Serán
mis huesos el testamento arcaico donde dejo constancia de una vida de renuncia,
de fracasos, de abandonos, de pequeñas derrotas que se acumularon para
quebrantarme. Pero algún día reposarán en las entrañas de la tierra, ahí donde
ni yo ni mi silencio existiremos.
Que
nada vive es la certeza. Que nada sobrevive a pesar del último latido, porque
incluso las palabras que lograron ser impresas carecen de existencia mientras
no haya ojos para interpretarlas. Cuando suceda lo que ha de suceder, cuando
suceda, seremos yo y mis huesos hundidos en la boca del silencio.
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