Hay un cuento infantil titulado
“El patito feo” de Hans Christian Andersen que Rebeca me leía por las noches,
cuando yo aún no tenía ni siquiera los diez años de edad. Pienso que su lectura
constante de esta historia tenía la intención de hacerme ver su esperanza por
convertirme en un hermoso cisne al cabo de los años.
No
fue así. Nunca ha sido así. Aunque a su muerte conservó ese ideal y tenía fe en
que llegaría a serlo. Lo que nunca advirtió es que yo nunca fui un cisne, desde
el principio fui un pato feo, un monstruo que no debió nacer, pero que ha
sobrevivido a pesar de su voluntad de no existir.
Natalie
Portman nos regaló hace unos años una magistral interpretación del cisne negro
y blanco, en una dualidad en torno al imaginario de “El lago de los cisnes” y
que, en teoría, iba enfocado a resaltar la tradición (la imposición) de la idea
del “amor verdadero” y los sacrificios que se realizan en su nombre
(recuérdense tantas historias de princesas de Disney).
“Tuércele
el cuello al cisne”, de Enrique González Martínez, es otra variante donde el
cisne es una representación fálica que involucra el lirismo de la sexualidad humana
(masculina, patriarcal) y cuya expresión ha sido empleada con mucha frecuencia
(con la alternativa de “ganso” en lugar de “cisne”) para referirse al acto de
masturbación masculina.
Si
Rebeca pensaba que yo sería un cisne tal vez se equivocó. Ignoro dónde albergó esa
esperanza y cómo se reforzó al cabo de los años, hasta su muerte. Los cisnes
son hermosos desde el primer momento en el que rompen el cascarón de su huevo.
Mis ojos color de nube debieron advertirle sobre mi vida de tragedias (aunque
ya hemos visto que el ser humano es obstinado y prefiere omitir las señales de
advertencia hasta que ya es demasiado tarde para arrepentirse).
De
serlo, mi plumaje sería negro, con un rostro picado por alguna infección que me
hace lucir grotesca. No soy una maravilla ni una manifestación de belleza o
grandeza, tampoco un símbolo del “verdadero amor”. Aquí dentro solo hay odio,
un odio transmutado en veneno, y lo que late son palabras amargas, negras como
mi plumaje, ofensivas y odiosas como el monstruo que soy.
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