Puede ser la dura cama,
la alfombra raída de la sala,
televisor no tengo
-si
no, con mucho gusto-,
mi colección de instructivos para
todo
-hay
que decirlo, nunca faltan-,
la estufa,
la
vajilla,
el viejo refrigerador en marcha,
hasta la mugre pegada en la
vitrina,
el canario que alegra mis
mañanas,
mis treinta y dos tazas
más quebradas que mi propia
sombra;
o tal vez mi librero favorito
-con
Oscar Wilde y la Beauvoir-,
la canasta de hacer compras,
mis revistas Cosmopolitan,
también la pila de cidís
-total,
Chopin no ha de fijarse-,
mi lámpara del art noveau,
quizá la estampa de San Juan,
mis cadenitas de oro
-la
abuela no reclama-,
la lavadora,
la
licuadora,
el pomo de la puerta si es
preciso.
Que todo esto me embarguen,
mientras no me privaticen la
sonrisa.
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